Tuesday, October 2

Eres mi posesión


Estoy parada de puntillas. Quiero sentarme pero es imposible. Él quiere verme así: con el cuerpo tenso y los brazos sujetos por encima de la cabeza. Pensamientos vacíos. No tengo noción del tiempo. Trato de concentrarme mirando los mosaicos de mármol de la pared que tengo enfrente. Sí, esos que parecen sacados de un baño de la Antigua Roma. ¿Él un gladiador? ¿Yo una cortesana? Tal vez. Él maneja muy bien el látigo. Yo me entrego al placer. Sometimiento. Tengo una mordaza de cuero en la boca. Él quiere que suplique. Y a veces ronroneo angustiada. Otras tantas jadeo. Él está pendiente de mis reacciones. Aunque finge estar en tránsito constante. Entrando y saliendo del cuarto de baño lujoso con mármol y muebles negros. Se deleita con mi imagen reflejada en el espejo que cubre la pared del lavabo. Tan indefensa. Tan sugestiva. La cadena que une las esposas que sujetan mis manos, cruza el travesaño de la mampara de la bañera. No puedo escapar. Empiezo a tener marcas en las muñecas que tardarán días en desaparecer. No puedo ni siquiera flexionar una rodilla para descansar. Esta vez, él no me cubrió los ojos. Veo la sonrisa de satisfacción en su rostro. Fuma pausadamente. No hay prisa. Se recuesta en la puerta. Me observa. Admira su obra. Y no soy capaz de confrontarlo. Cierro los ojos. Sé que el baño tiene demasiada acústica. Pero no me atrevo a gritar. La mordaza ahoga cualquier intento. Escucho que él se acerca a mí. Pasos firmes cruzan el suelo de mármol. Incertidumbre. Percibo el aroma de su loción que me hipnotiza. Su mano izquierda atrapa mi mentón. Me ordena que abra los ojos. En mi posición, tenemos la misma estatura y nuestros ojos se encuentran. Hay gozo cruel en su mirada. Desafío. Estoy completamente a su merced. Su mano derecha recorre mi espalda. Casi pierdo la respiración debido a lo apretado del corset y a sus caricias firmes. Kundalini de dolor. La tensión de mi postura viaja desde la punta de mis manos hasta la punta de mis pies. Pronto, él se deleita con mis nalgas. Las recorre con gozo. La mano izquierda se abre como una trampa y veloz atrapa mi mandíbula inferior. No puedo mover la cabeza. Mis brazos se tensan aún más. Él me obliga a mirarlo frente a frente. Sigo a su merced. Sonríe. Apenas puedo susurrar que él es mi amo y señor. Quiere que lo repita todo el tiempo. Estoy a punto de derramar lágrimas. Angustia. De pronto, una nalgada. La acústica del baño guarda el eco por segundos. Siento que me arden las nalgas. Inmediatamente, él vuelve a abrir la mano. Otra nalgada. Intento cerrar los ojos. Entonces, él aprieta mi mandíbula con mayor fuerza y me obliga a mantenerlos abiertos. Sigue sonriendo. Más nalgadas. Pierdo la cuenta. No puedo esquivarlas. Imposible moverme. Debo permanecer quieta. Por momentos, miro de reojo el espejo que cubre la pared del lavabo. Reconozco esa imagen. Amo y esclava. Dominación y sometimiento. Hoy la vara y la pala de madera quedaron guardadas. Mis nalgas reciben el castigo directo de la mano que lo mismo me da placer y dolor. De pronto, ya no me golpea. Me estremezco. Deja de sujetar mi rostro. Ahora se coloca detrás de mí y me atrae hacia él. Sus uñas bien recortadas se clavan en mi cintura, luego en mis caderas. Cierro los ojos. Emociones encontradas. Gozo. Se restriega contra mis nalgas adoloridas. No soporto el roce de su ropa. Sus movimientos primero suaves y luego apremiantes. Siento que el peso de mi cuerpo aumentado con el suyo, me va a reventar las muñecas. Pero las esposas soportan la carga. Debo ser castigada. La luz del baño parpadea. Abro los ojos y la luz tiene tintes rojizos. ¿Es posible ver el dolor tan nítidamente? Sus manos me estrujan. Aprietan mis senos con urgencia. Veloces exploran mi pubis. Los dedos ágiles se apoderan del monte de Venus. Merodean mi clítoris y mi vagina. Quiero dejarme llevar por el ritmo que por momentos se detiene. Me provoca. Yo suplico que continúe. Y me da una nalgada. Recuerda que sólo mis órdenes se cumplen, susurra. Ríe. Entonces, se aleja de mí. Me desafía. Sabe que lo necesito. Me observa desde lejos. Lo veo por encima de mi brazo izquierdo. Siento cómo el dolor atraviesa mis nalgas. Y ya adivino las líneas rojas que matizan mi piel blanca. Justo donde me dio los manotazos. Él se afloja la corbata. Se quita las mancuernillas. Y sube las mangas de su camisa, más arriba de los codos. Yo tiemblo. Él deja escapar un gran suspiro. Y de nuevo viene hacia mí. Levanta los brazos y abre el mecanismo de las esposas. Siento vértigo. Me ayuda a caminar y me sienta en la tapa del inodoro. La sorpresa y el dolor se apoderan de mi mente. Quisiera acostarme. Mis nalgas no soportan mi peso. Él abre los grifos de la bañera. Empieza a fluir el agua con un ritmo suave. No tengo fuerza alguna ni en los brazos ni en las piernas. Tengo la cabeza gacha y respiro lenta, muy lentamente. Tiempo. No sé cuánto. Veo que él está de cuclillas y mete el codo en la bañera para probar la temperatura. Me mira y vuelve a sonreír. Vaya amo. Con delicadeza afloja las correas de la mordaza que cubre mi boca. Libera mi cabello largo de la alta cola que lo sujetaba. Abre las esposas y me besa las muñecas. Primero una media, luego la otra. Aprovecha la ocasión y me acaricia los muslos. Besa mis tobillos y el empeine de mis pies. Yo apenas lo noto. Cuidadosamente desabrocha el liguero. Afloja las cintas del corset de vinyl negro. Y cada cosa que me quita la pone en una cesta, con tanto orgullo y ceremonia, como si fueran tesoros. Me toma entre sus brazos para cargarme y atravesamos el baño. Otra vez su loción enloquece a mi olfato. Poco a poco me sumerge en la bañera llena de agua con sales aromáticas. Qué confort. Él toma una esponja y tan ligero, como el roce de una pluma, me frota con ella todo el cuerpo. Lo observo. Vaya escena. Él permanece completamente vestido. Con sus zapatos tan lustrosos que puedo verme en ellos. El pantalón negro del impecable traje Armani. El cinturón a juego con los zapatos. Corbata de seda y la camisa apenas salpicada de agua. Su voz pierde mando. Pero no profundidad. Mientras me baña, susurra historias que liberan mi imaginación. Y repite halagos. También me admira como si él aún fuera un adolescente. Me pide que me ponga de pie. Con movimientos suaves desliza la esponja por mis nalgas. Caricias húmedas. Bálsamo. De nuevo me sumerjo en la bañera. Ahora lava mi cabello. Masajea mi cabeza. Largos momentos para enjuagarme el champú que él mismo eligió. Como todos los artículos que utiliza para bañarme, noche tras noche, cuando él vuelve del trabajo. Toma mis manos entre las suyas y las besa fervoroso. Apenas puedo flexionarlas debido a los estragos de las esposas. Termina el ritual del baño. Él se pone de pie para ir por la toalla pero yo lo sujeto de la mano. Nuestras miradas se cruzan. Puede ver en mis pupilas de gato, completa satisfacción. Sonrió. Lo atraigo hacia mí con fuerza. Tomo su cabeza entre mis manos y me apodero de su boca. Un beso largo donde se entrelazan nuestras lenguas. Muerdo su labio inferior. Nos separamos. Él sonríe y una gotita de sangre empieza a correr por su mentón. Veloz me acerco a él y con un lengüetazo le limpio la sangre. Dominación y sometimiento.
"Eres mi posesión"
Diva Fetish Doll, 2002 (C)